La anulación del primer y el segundo centros (chakras) ha sido fundamentales para la dominación social a lo largo de la historia. Esto se consiguió paulatinamente con palos sí, pero también con ideologías, sin las cuales los primeros no hubieran sido suficientes. A un ser humano íntegro, conectado con todo su ser, pueden matarlo o encarcelarlo, pero no pueden dominarlo. A través de su primer centro está conectado con el cuerpo físico, con la vida, con su sustento, con sus necesidades materiales. A través de su segundo centro está conectado con su fuerza, con su potencia, con la pasión sexual compartida con su compañero, o compañera, y a través de éste con sus hijos, y sus padres, y a través de ellos con toda la comunidad.
Por ejemplo, la dominación española en América encontró en los pueblos dominados por aztecas e incas a poblaciones que habían sufrido un largo, complejo y sutil proceso histórico de dominación social, de sometimiento no sólo físico sino también ideológico, y aunque la forma que le propusieron los conquistadores españoles fue diferente, en muchas ocasiones más brutal, esencialmente sobrevivieron como pueblos a esta segunda dominación, se adaptaron al trabajo y la explotación, así como a la cultura y moral represivas, entre otras cosas de sus cuerpos y su sexualidad. Prueba de ello son la composición de las poblaciones actuales de México, Ecuador, Perú y Bolivia, en gran parte indias o con marcadas genéticas indias. En contraste, las poblaciones actuales de Argentina (salvo recientes inmigraciones bolivianas), Uruguay y Venezuela son esencialmente de origen europeo, dado que las poblaciones locales fueron literalmente exterminadas, asesinadas, en algunos casos incluso se suicidaron ellas mismas, antes de someterse a la dominación europea, capitalista. Prefirieron morir a someterse. ¿Cómo puede tolerar un ser humano íntegro su propia dominación, explotación, miseria, o a la otro ser humano, por ejemplo la de un niño, un vecino, un hermano? A un indio conectado realmente con su ser, a un ser humano íntegro, pueden matarlo, pero no someterlo.
Antes de la llegada de las sociedades de dominación, el cuerpo, la afectividad y la sexualidad se vivían libre y plenamente, con alegría, profundidad y respeto. Para que la dominación de unos seres humanos sobre otros funcionara se requirieron mecanismos e ideologías de represión de todo lo corporal, lo cual liquidaba la vitalidad, la potencia, la fuerza y la sensibilidad de los seres dominados, así como la unión profunda entre ellos. La anulación del cuerpo, de toda corporalidad, representa no sólo la escisión del ser humano en alma y cuerpo, por tanto en puro e impuro, sagrado y profano, válido e inválido, limpio y sucio, sino a través de la valoración negativa del cuerpo la justificación de toda la cultura del trabajo, el esfuerzo, el sacrificio. La represión del cuerpo significa también su objetivación, su cosificación, su consideración como separado de su vibración, de su estremecimiento, de su gozo, de su placer, de su respiración, de su sensibilidad, de su profundidad, del cuerpo como vehículo de comunicación, de compartir, de ser en el mundo material, físico, concreto, humano. Significa también la pérdida de importancia, de valor, de todo lo material, lo necesario para la vida en términos materiales, como la vivienda, el vestido o el alimento. Así puede valer cualquier cosa, cualquier espacio para sobrevivir, cualquier alimento para subsistir.
Sólo podemos plantear nuestra integración como seres humanos completos recuperando el cuerpo, la corporalidad, el enraizamiento, la vitalidad, la potencia, la fuerza, la sensibilidad, la afectividad, la sexualidad, el gozo, el deseo, la pasión. La reconexión con nuestros dos primeros centros energéticos es fundamental para ello, por eso nuestra propuesta de profundidad humana, de conciencia, de espiritualidad, no sólo es hacia arriba, hacia la conciencia y la luz, a través del despliegue de los dos centros superiores (sexto y séptimo), no sólo es desarrollando nuestra capacidad de sentir corazón, de amar, de dar y recibir, de sentirnos profundamente unidos a los demás (cuarto centro), sino también, y muchas veces primero e insistentemente, de caminar hacia abajo, hacia nuestros dos primeros centros, hacia nuestra profunda corporalidad.
Vicen Montserrat