Aterricé en la escuela de bioenergética de Barcelona ‒Mayéutika‒, después de pedir cita para un masaje bioenergético profundo gracias a una amiga que me había hablado con entusiasmo y pasión de lo que estaba experimentando vitalmente en este centro. No entendí nada de lo que ocurrió en mi primer encuentro individual con este masaje, pero en cambio me hizo decidir empezar la formación de primer año sin tener idea de lo que los siguientes años me iban a deparar.
Mi propósito era aprender esta técnica practicada desde un mundo energético y sutil no visible. Por aquel entonces no podía vislumbrar ni saber qué pasos seguir o a qué debía atenerme.
Desde el principio, Mayéutica nos invitaba a experimentar, a sensibilizarnos con el cuerpo, a vivir y expresar nuestras sensaciones y sentimientos sin darnos una base teórica, por lo menos al principio, para que no nos aferásemos a conceptos. El recuerdo vivencial que tengo de entonces es de descoloque, al ver tan variopinta manera de funcionar de los que allí nos encontrábamos, con una sensación propia de reserva y rigidez, de timidez e inseguridad. A cada uno de nosotros, el trabajo en grupo nos permitió hacernos de espejo unos con otros para poder ver emerger nuestra sombra, lo que proyectábamos en los demás, relacionarnos cada vez de manera más fluida y singular, y acompañarnos, nutrirnos y transformarnos alegremente en el proceso único que cada uno estábamos viviendo. En una palabra: enriquecedor.
Poco a poco, con el devenir de los meses, fui viendo que no sólo estaba trabajando aspectos personales y terapéuticos sino también el transpersonal, aquello que se tiene como sensación de unidad frente a un tú o un yo, y el espiritual, aquello que no percibimos pero que nos sostiene, da vida y nutre, y donde cada aspecto englobaba al anterior para darle más significación, más riqueza, un auténtico y más vivo sentido. Una dirección expresamente enfocada y que bien nos vale para caminar en nuestra vida cotidiana.
Salimos de Mayéutika con una mayor integración de nuestros aspectos más personales, y con herramientas para vivir la sabiduría de la vida desde la escucha y la acción que sale de nuestro humilde y valeroso corazón, y así poder dar y compartir desde una nueva percepción de la realidad, más amplia, de lo que nos rodea y de lo que somos. Intuyendo y revelando que algo mayor o infinito nos ha dado vida y nos sustenta para seguir y emprender este viaje de luz, amor y verdad al que hemos sido llamados. En dos palabras, gozo y compromiso, o mejor dicho compromiso de gozar en los retos que la vida nos presenta para aprender, crecer y compartir.
Agradecer de todo corazón a todos los compañeros de viaje de la formación de la primera promoción, así como a Vicen, Esther y Ferran como sherpas lo que, en todo este tiempo, hemos compartido y me habéis enseñado, con alegría, delicadeza y firmeza, del inexplicable y misterioso sendero de la vida. Estáis todos en mis oraciones. Que dios os bendiga.