Nos encanta la vida. Sentimos que puede ser mucho más que lo que hemos sido programados para vivir, más que para vivir para sobrevivir, repitiendo esquemas, como autómatas, sin creatividad. En cambio, vemos la vida como una aventura llena de posibilidades, una aventura de despliegue de nuestro increíble potencial como seres humanos.
Vivimos la vida como un juego, más que como un trabajo. Pero como un juego en serio, tal como juegan los niños.
Partimos del reconocimiento de la semilla que somos. Nos abrimos a descubrir cómo nutrir y acompañar el despliegue de esa semilla.
Vemos el camino humano como una construcción: el humano no (sólo) nace, sino que se hace, se construye. Hay fases de crisis y transformación que se alternan con otras de consolidación y disfrute, antes de que lleguen otras de declive de esa etapa y nueva transformación. La vida como ciclos.
Tal como es adentro es afuera. No vemos nuestra vida como un hecho objetivo al que adaptarnos. Si no que lo vemos como expresión de un mundo interno que se puede ir transformando.
Vamos viviendo etapas que son cualitativamente diferentes. Cada nueva fase es fruto de la maduración de la anterior. Cada etapa es necesaria para realizar lo que somos y requiere de su tiempo y espacio adecuado, pero sólo si la aprovecho al máximo cada etapa da como fruto nacer a una nueva posibilidad, a un nuevo cuerpo, a una nueva percepción y una nueva vida.
Foto: Vicen de chico, semilla del Vicen actual y futuro.