Por «no dualidad orgánica» nos referimos, por un lado, a la idea de no dualidad o no separación: el reconocimiento de la unidad dentro de la polaridad. Por otro lado, destacamos que esta no dualidad no es una abstracción metafísica, sino una experiencia concreta, viva y, por ello, orgánica.
La no dualidad como movimiento entre polaridades
La vida, como nos enseñan las tradiciones ancestrales, fluye entre polaridades complementarias: no hay día sin noche ni auténtica alegría sin la posibilidad de explorar también la tristeza. Sin embargo, solemos percibirnos como separados del mundo, una ilusión que surge de tensiones en el cuerpomente. Aunque esta separación no es real, su percepción genera una dualidad que condiciona nuestra experiencia como individuos y como sociedad.
Reconocer esta distorsión es el primer paso para regresar a la unidad. La no dualidad no niega las polaridades naturales de la vida; reconoce que el problema surge cuando valoramos un polo sobre otro, rechazando lo que no nos gusta. Este juicio crea una tensión que convierte la polaridad en dualidad, generando fragmentación y violencia interna.
Revertir la dualidad a polaridad
La no dualidad propone un proceso inverso: transformar la dualidad en polaridad, devolviendo a la vida su calidad pulsátil, vibrante y orgánica. Lo «orgánico» subraya que esta no dualidad es inherente a lo vivo, a diferencia de ciertas corrientes orientales como el vedanta advaita, que suelen contraponer lo absoluto y lo relativo.
En nuestra visión, todo es no dual mientras no exista violencia. Las polaridades entre lo absoluto y lo relativo, lo trascendente y lo inmanente, no son opuestos irreconciliables; son expresiones de una misma unidad. Como en el tantra con la unión de shiva y shakti o en la bioenergética con el organismo, la vida es una dinámica continua que integra estas polaridades de manera natural.
Esta es la esencia de la no dualidad orgánica: una experiencia viva que nos invita a habitar la totalidad, más allá de las divisiones ilusorias que hemos creado.